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martes, 19 de mayo de 2009

Las parideras

La paridera es una construcción tradicional presente en nuestro pueblo, así como en el sur de Soria y Aragón, y norte de Guadalajara. Su uso está destinado a la guarda del ganado lanar, tanto para protegerlo de animales salvajes como para guardarlo en aquellos momentos en que no es llevado a pastar.
Están construidas con muros de piedra seca, tejado a dos aguas, y techumbre con vigas de chopo. Constan de un corral que antecede a la entrada principal, dotado de un tinado o cobertizo, así como de un cerrado exterior que se comunica con el corral por un argollón, abertura que permite el paso de los corderos. En el interior tienen además un espacio cerrado, denominado pajera, destinado a almacenar paja y grano evitando que los animales lo consuman.
La referencia más antigua a una paridera en nuestra región data de un documento de donación del siglo XI. En él, el rey de Castilla Alfonso VI cede al obispo de Sigüenza y a sus descendientes la aldea de Saviñán (hoy La Torresaviñán), haciendo referencia a una paridera, que en el documento original, escrito en latín, denomina “ovetarium”, y que sitúa en la serna del obispo. Sin embargo es más que probable que fueran los romanos quienes introdujeron esta construcción en nuestra península, puesto que ordenaron también las explotaciones ganaderas y agrícolas. La techumbre de tejas de arcilla a dos aguas, la estructura interior, y la planta rectangular son propias de la arquitectura hispanorromana. Los pueblos prerromanos, por el contrario, construían casas de planta circular y la techumbre era de enramado, sin teja. Cabe suponer que los hispanorromanos del período visigodo primero, y los hispanoárabes más tarde, siguieran usando la paridera romana, cediendo su tradición constructiva a los reinos cristianos a través del espacio de convivencia que fue la "extremadura" del siglo XII, entendiendo como tal todas las tierras que quedaban al sur del Duero.
Ubicada en un entorno natural más salvaje que el actual, la paridera permitió al hombre explotar la ganadería en el medio rural sin sufrir la rapiña de animales salvajes. Asimismo permitía dejar sin vigilancia al ganado cuando paría, y dado que el olor de la placenta atraía a los depredadores, el uso de la paridera era fundamental. De igual modo, el período entre el brote de los cereales -alrededor de enero- hasta su siega -entre julio y agosto- obligaba a tener a los animales controlados cuando no estaban pastando, para que no devastaran los sembrados. Además, las razas de ovejas naturales de la Península Ibérica, más débiles y pequeñas que las actuales, soportaban mal el calor del verano, siendo guardadas durante el día y llevándolas a pastar de noche. La paridera acumulaba, además, el estiércol de los animales, siendo el abono empleado por los agricultores para fertilizar sus campos.
Lamentablemente hoy, quedan pocas en pie en nuestro pueblo, ya que al no ser utilizadas, sus dueños ya no las retejan o incluso han usado sus tejas para otras casas... Pero es ineludible que su importancia pasada fue relevante y que gracias a ellas, nuestros antepasados pudieron proteger no sólo a su ganado, sino ellos mismos cuando había condiciones adversas en el campo y estaban lejos del pueblo...

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Luzón, vista de pájaro

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