AL ESPIRAR CRISTO EN LA CRUZ
Desamparado de Dios,
el hombre puesto en un palo,
el alma tiene Jesús
en sus santísimos labios.
A su eterno Padre mira,
abriendo los ojos santos,
que ya cerraba la muerte
atrevida el velo humano.
Con voz poderosa dice,
cielos y tierra temblando:
mi espíritu, Padre mío,
pongo en tus divinas manos.
Y bajando la cabeza
sobre el pecho levantado,
entregó su alma a Dios
para que flechase el arco.
Espira el dulce Jesús,
y del sangriento costado,
sale aquella alma obediente
dejando el cuerpo entre clavos.
Desnudo, muerto y sin honra,
mira el padre soberano
a su dulcísimo Hijo
por un miserable esclavo.
No manda que de la Cruz
ejércitos soberanos
le desciendan y sepulten
en urnas de jaspe y mármol.
Manda al sol que se retire
y lo hiciera sin mandarlo,
por no ver desnudo a Cristo
hecho a tormentos pedazos.
Que la tierra y mar se turben,
y que los hombres ingratos
sepan que ha muerto por ellos
un Hijo que quiere tanto.
Manda se vistan de luto
los celestes cortesanos,
y que se apaguen las luces
de estrellas, planetas y astros.
Rompióse el velo del templo,
cayeron los montes altos,
abriéronse los sepulcros
y hasta las piedras temblaron.
Más llamando encantamiento
el pueblo a tales milagros,
quebrarle quieren los huesos
que sólo quedaron sanos.
Y como le hallaron muerto,
por ir seguro un soldado,
puso la lanza en el ristre
y arremetiendo el caballo.
Abrió por el sumo pecho
tanta herida a Cristo Santo,
que descubrió e corazón
como buen enamorado.
El corazón que los hombres
vieron en obras tan claro,
quiso también que se viese
dar agua de sangre falto.
Alma, a la Virgen María
considera en este paso,
que la traspasa el dolor
y a Cristo el hierro inhumano.
Qué ¿queréis a un hombre muerto,
les diría el lirio casto?
Más bien hacéis porque creo
que sóis de Cristo retrato.
Ya del nuevo Adán dormido
y de su abierto costado
sale la Iglesia, su esposa,
para bien de los cristianos.
Ya salen los Sacramentos
del Bautismo y del Pan Santo,
que como es horno de amor,
sale en pan Dios abrasado.
De la ventana del cielo
ha quitado Dios el arco,
para que los hombres vean
que no tiene más que darlos.
Pues dulcísimo Jesús,
si después de pies y manos
también dáis el corazón,
¿quién podrá el suyo negaros?
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