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miércoles, 25 de febrero de 2009

El Carnaval visto por un amigo de Renales

Carnaval de Luzón. 23 de febrero de 2.009

A medida que te acercas a Luzón vas teniendo la impresión de que dejas atrás el mundo. Si llegas desde la autovía, desciendes por las tierras molinesas hundiéndote en los montes. Si lo haces desde Ciruelos, las casas parecen formar un recinto amurallado, reminiscencia tal vez de los tiempos del Cid, o de Manrique de Lara. Luzón es un pueblo de piedra, denso, fuerte, blindado. Sus casas se aprietan unas contra otras, y cuando dejas el coche junto al lavadero y la fuente, parece estar preparado para engullirte.

Tal es la sensación cuando te adentras por sus calles el día del Carnaval, intrigado por cómo serán sus famosos diablos, y guiado por la música de la rondalla. Pasan junto a ti algunos vecinos disfrazados, y recibes como saludo la curiosidad con que suele mirarse al extranjero. Pero nada te prepara para lo que estás a punto de presenciar en la Plaza.

Oscuros como la noche, altos, temibles, los diablos de Luzón danzan moviendo sus cencerros. Sus siluetas se recortan contra las piedras de las casas. Deberían transmitir la sensación de ser seres humanos disfrazados, y sin embargo, no. Parecen de verdad entes del bosque, resucitados de alguna tradición milenaria, capaces de haber cobrado vida. Se acercan a tiznarte, y vistos de cerca tienen la plasticidad de las estatuas, además de la fuerza vital que late bajo la cornamenta y los ropajes. Transmiten la potencia de los ritos ancestrales, lo que emana de la misma tierra. Y por más que los contemplas, emanan un halo de irrealidad del que cuesta sobreponerse.

Después de la impresión inicial, reparas en las mascaritas, parte del carnaval e inseparables de los Diablos. Eclipsadas tal vez por sus compañeros cornudos, cuando las contemplas pausadamente ellas emanan también un aire irreal. Su cara, tapada por una tela blanca con agujeros para los ojos y boca, les priva del carácter humano, dotándolas también de un aire ancestral.

Sigues a la rondalla, a las mascaritas, diablos y otros disfraces. Te pierdes un momento para contemplar la estatua de un diablo en una plazuela. También ésta tiene los dedos tiznados, y en eso se nota la pasión de los luzoneros por su pueblo. Formado al fin no por las casas ni los órganos oficiales, sino por el amor incondicional de sus vecinos. Una fuerza capaz de sobreponerse a la despoblación y al desinterés de años por parte de la Administración. Algo que te llevas contigo, emocionado, cuando al caer de la tarde abandonas el pueblo, y no eres capaz de borrar la sonrisa que se te ha pintado en los labios. Ni, naturalmente, el tizne negro que puso en tu cara algún diablo.

Martín Sacristán

2 comentarios:

amigos de luzon dijo...

Gracias de nuevo Martin por tus palabras... cuenta con nosotros para lo que quieras y esperamos vernos por Renales, Luzón o donde sea... gracias de corazón!

Anónimo dijo...

Buenos días a todos:
Martín muchas gracias por tus sentidas palabras, acabo de leerlas y no he podido por más que emocionarme, te agradezco de corazón que ensalces de esta manera la belleza del pueblo de "nuestros" antepasados y en parte "nuestro" pueblo. Espero que podamos coincidir como bien dice mi prima y amiga, bien por Renales o bien por Luzón para seguir disfrutando de la belleza que nos dan a cambio de nada estos rincones que tenemos como "cunas" adoptivas.
Recibe un afectuoso saludo de un "diablo" luzonero... ¡¡este sin mancha de hollín!!.

Luzón, vista de pájaro

Luzón, vista de pájaro
 
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